Todos los seres vivos se autorregulan espontáneamente. Para asegurar nuestra existencia, buscamos satisfacer nuestras necesidades a medida que surgen.
La mayoría de nuestras funciones autorregulatorias son fisiológicas y ocurren sin que seamos conscientes de ellas. Sin embargo, en el ser humano, el concepto de autorregulación es más complejo debido a la interrupción de esta tendencia causada por constructos mentales e inhibiciones emocionales, condicionando al individuo en su interacción con el ambiente.
Las fases del ciclo de satisfacción de necesidades
En el ciclo de satisfacción necesidades existen 8 fases principales.
La primera es la tensión física provocada por el desequilibrio que caracteriza la necesidad que surge. En la necesidad de nutrición, por ejemplo, la primera fase sería las sensaciones físicas de dolor de cabeza o de estómago, baja energía, etc.
En la segunda fase, el cuerpo libera substancias que provocan emociones, que llevan la información de la necesidad a la mente. Una persona con hambre normalmente se siente más molesta que lo normal, por ejemplo.
En la tercera fase, la información llega a la mente inconsciente, donde el organismo busca en sus archivos información relevante para ayudar a la mente consciente a tomar una decisión. En pocos segundos, nuestro potente ordenador identifica experiencias pasadas en las que tuvimos éxito en la satisfacción de esta necesidad y también las que no.
En la cuarta fase, cuando las informaciones pasan de la mente inconsciente a la consciente. Y es aquí donde la autorregulación del organismo pasa de fisiológica a psicológica, porque siempre existen muchas necesidades clamando por ser satisfechas. Así que la mente consciente tiene que decidir cual es la necesidad dominante en un determinado momento y cómo va a hacer para satisfacerla. Usando nuestro ejemplo, en esta fase evaluamos las posibilidades y decidimos que, cuando, donde y como iremos a comer y que tendremos que hacer para lograrlo.
En la quinta fase, el organismo realiza su energetización, disponiendo todos los recursos necesarios para la realización de la acción necesaria para contactar el objeto que proporcionará la satisfacción de la necesidad.
En la sexta fase, el organismo realiza la acción para entrar en contacto con el ambiente y el objeto que ha escogido para satisfacer su necesidad. Si en la fase anterior he decidido ir a un restaurante, ahora empiezo a caminar hacia mi destino.
En la séptima fase, ocurre el contacto con el objeto y la descarga de toda la energía acumulada durante las etapas anteriores, hasta que el organismo identifique la sensación de satisfacción. En nuestro ejemplo, sería cuando llevo a la boca el alimento escogido tantas veces cuantas sea necesarias para sentirme saciado/a.
En la ultima fase, el organismo se retira del contacto y experimenta la sensación de relajación. En esta fase, el ciclo de satisfacción de la necesidad de nutrición es cerrado y la persona puede volver al estado de equilibrio por algunas horas, hasta que vuelva a darse un nuevo desequilibrio que desencadene la sensación de hambre y el ciclo volverá a iniciarse.
Los mecanismos de defensa
Según nuestra experiencia de contacto con el ambiente cuando somos niños, desarrollamos algunas estrategias de adaptación que muchas veces, en el presente, ya no tienen utilidad. Llamadas mecanismos neuróticos, estas estrategias acaban por interrumpir el ciclo de satisfacción de las necesidades.
La introyección es el más importante de estos mecanismos, ya que influencia todos los otros. Dependiendo del ambiente familiar y social en el cual el niño creció, para satisfacer sus necesidades fisiológicas, de seguridad, afecto y pertenencia, termina por tragar creencias y reglas sin la debida asimilación. Así, el individuo pierde la capacidad de evaluar cada situación y decidir según sus propios criterios cual es la mejor manera de satisfacer sus necesidades, actuando de manera automática y haciendo lo que los demás quieren que haga.
La represión de las emociones afecta a que el individuo consiga traer a la conciencia la información de la necesidad. Una persona puede por ejemplo asociar la tristeza a una debilidad y si ha introyectado que tiene que ser fuerte, no acepta sentirse de esta manera y reprime esta emoción cada vez que la siente.
La deflexión interrumpe el ciclo antes que se dé la energetización, aunque se logre la conciencia de la necesidad. Delante de la sensación de enfado por necesitar poner límites, por ejemplo, la persona puede restar importancia a la situación, o desviar la atención a otra cosa.
Si se llega a la energetización, pero uno no acepta que tiene la necesidad, la tendencia es la proyección. Este mecanismo busca poner en los demás, aspectos que son de uno mismo, como culpabilizar algo fuera de sí y/o haciendo a los demás lo que él acusa a los demás de hacerle a él. El proyector se convierte en un objeto pasivo, víctima de las circunstancias, en lugar de ser un participante activo de su propia vida. En lugar de asumir sus experiencias como suyas, las proyectan y le asignan al estímulo la responsabilidad por sus propias respuestas. Etiquetando al estímulo como bueno o malo, excluimos lo bueno o lo malo de nuestra propia experiencia. La proyección y la introyección forman parte del mismo fenómeno. Si me he “tragado” que tengo que ser bueno, entonces proyectaré mi parte de maldad en los demás. De ahí surge la tendencia a criticar a otras personas.
"Todo lo que a mí me irrita en otro puede convertirse en conocimiento de mí mismo." Carl Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos. (Pg 290)
Aunque se acepte la necesidad, la creencia de autosuficiencia que lleva a una sensación falsa de tener el control, puede llevar a la retroflexión, que se da cuando uno se hace a sí mismo lo que le gustaría hacer a otros. En este caso, a pesar de la acción ser realizada, la necesidad no es satisfecha, porque no ha ocurrido el contacto con el objeto que podría satisfacerla y la consecuente descarga de la energía acumulada en la fase anterior. Las enfermedades, por ejemplo, pueden ser somatizaciones de necesidades que no se han satisfecho por creer no necesitar al otro.
Si finalmente se da el contacto, el ciclo puede no cerrarse por un mecanismo que dificulta el darse cuenta de que la necesidad ya ha sido satisfecha. La confluencia dificulta la percepción de límites entre el yo y el entorno por no conseguir contactar con las propias necesidades. Una sensación de que uno se va a quedar vacío si se deja el contacto, llevando el individuo a una comulgación con los sentimientos, ideologías y conductas del otro.
Sin la retirada, el organismo no puede tener la sensación de relajación, tan necesaria para alcanzar la salud.
Conclusión
Las estrategias que usamos en la infancia puede que hayan funcionado muy bien en su momento, cuando teníamos muy pocos recursos. Pero ahora somos adultos y ya no dependemos tanto de otras personas para satisfacer nuestras necesidades.
Conseguir identificar cuáles son los mecanismos de defensa que solemos usar según las necesidades que tenemos es primordial para poder entender como ha surgido tal estrategia y cuestionar los beneficios de seguir utilizándola.
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