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SINCRONIZACIÓN CON LA NATURALEZA

El planeta y la Luna

Nuestros antepasados reconocían el poder de la naturaleza y sus propiedades curativas, y la integraban en su vida cotidiana. Sin embargo, con la llegada de la tecnología y la urbanización, hemos perdido el contacto con este aspecto vital de nuestras vidas.

 

La brecha entre el entorno natural, para el cual nuestras funciones fisiológicas están adaptadas, y el entorno altamente artificial que habitamos es una causa que contribuye al desequilibrio de nuestra salud.

Cuando estamos en contacto con la naturaleza, nuestras mentes y cuerpos conectan con los ritmos naturales del universo, creando un profundo sentido de pertenencia. Por eso intento que las sesiones se den en plena naturaleza.

 

Al sincronizarnos con el día y la noche, el ciclo lunar y las estaciones, podemos alcanzar un equilibrio esencial para nuestro bienestar.

Los ciclos siempre tienen 4 fases:
un ascenso, un punto máximo, una disminución y un punto más bajo o nadir.

Día: Amanecer, medio día, crepúsculo, noche.

Luna: Creciente, llena, menguante, nueva.

Año: Primavera, verano, otoño, invierno.

Vida: Infancia, juventud, madurez, vejez.

Aunque parezca que somos los mismos durante los días, meses y años, somos diferentes según las horas del día, las fases de la luna, estaciones del año y fases de la vida.

Utilizo la incubación de sueños para direccionar el trabajo en sincronía con los ciclos de la naturaleza.

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Durante la primavera trabajamos nuestra relación con la alegría y la conexión con otras personas. Indagamos en las experiencias infantiles para entender como se ha formado la manera que nos relacionamos con el ambiente, y cómo podemos sanar las heridas que nos impiden tener conciencia de lo que necesitamos. Cuando no hay prejuicios sobre quién eres y qué debería pasar, hay alegría. La verdadera alegría surge cuando estamos abiertos a toda nuestra experiencia, incluyendo el dolor y el placer.

En el verano trabajamos nuestra relación con la rabia. Si restringimos la expresión de nuestra agresividad no solo evitamos conflictos con otros individuos, sino que también renunciamos a una herramienta esencial para establecer límites y defender nuestros intereses. Cuando los límites del yo son laxos y porosos, hay una tendencia a fusionarse con los demás y resulta bastante difícil distinguir entre lo que los demás quieren y lo que quiere el individuo.

El otoño nos invita a reflexionar sobre la impermanencia de todos los fenómenos. Las hojas y frutos de los árboles caen a la tierra para nutrir el crecimiento futuro. Es cuando la naturaleza descarta lo que ya no sirve y conserva lo que tiene mayor valor para la vida. Es tiempo de trabajar nuestra relación con la tristeza y el duelo. Cuando hay dificultad para aceptar la pérdida  después de un largo período de tiempo, esto se vuelve perjudicial para la salud. 

El invierno es tiempo de oscuridad, quietud y espera. La naturaleza está preservando sus recursos para el momento adecuado, como la semilla esperando las condiciones adecuadas para germinar. En esta época del año trabajamos nuestra relación con el miedo, una emoción instintiva que nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Sin embargo, cuando el miedo va más allá de una reacción adecuada a las circunstancias, se vuelve paralizante.

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